Los cuatro Evangelios bíblicos, tal como existen en la época actual (1840) y en sus diferentes lenguas, son solamente extractos de los evangelios originales de antaño. De modo que tampoco pueden contener ni lejanamente todo lo que escribieron realmente Mateo y Juan.
Es más, de vez en cuando, se encuentra una pequeña adicción posterior proveniente de la mano del compilador o recopilador;
Por ejemplo, en Mateo, capítulo 10, versículo 4, con referencia a Judas Iscariote, se encuentra la adicción: “...el mismo que le traicionó”.
Pero Mateo, que escribió su Evangelio en la presencia de Jesús, aún no sabía entonces ni una palabra al respecto, por lo que tampoco puede haber sido él quien lo anotó, sino que lo añadió posteriormente un compilador.
Por eso en las Biblias griegas y hebreas siempre se indica:
“EVANGELIO SEGÚN MATEO”, “SEGÚN JUAN”...
Por eso que nadie se tropiece si en la lectura de Mateo y de Juan descubre de vez en cuando detalles parecidos en los que resulta evidente que el mismo evangelista no los pudo haber anotado porque el hecho en cuestión sucedió mucho después.
Hay varios detalles importantes que no fueron reproducidos correctamente durante la compilación, y porque el compilador omitió muchos de ellos cuya autenticidad no le pareció suficientemente fundamentada.
Pues en aquella época hubo muchas anotaciones hechas tanto por testigos visuales como de oídas. Así que para los recopiladores, honestos, resultaba una tarea extremadamente difícil atenerse a la pura verdad.
Los dos Evangelios según Mateo y según Juan, salvo ciertas insignificancias, son los más puros.
Algunos escépticos podrían plantear las preguntas:
1) ¿Dónde están los originales?
2) Si estos ya no existen, ¿será posible que con la cantidad de hombres que en aquella época eran penetrados por el Espíritu Santo, Dios no haya podido volver a sacar a la luz el Evangelio original, palabra por palabra?
Respuestas:
1) Los originales fueron eliminados por la sabia razón de que, con el correr de los años, tales reliquias no fueran adoradas como ídolos.
A pesar de que la Doctrina verdadera y pura de Jesús prohíbe severamente la idolatría, todavía se practica hasta hoy y, además, con reliquias falsas y fingidas.
¡Sacad ahora una reliquia históricamente comprobada! No existe ninguna prueba histórica.
La verdad es que con ella la idolatría sería mucho peor que con el llamado “santo sepulcro” de Jerusalén, en el que, aunque el nombre de la ciudad actual sea el mismo, ya no queda ni un solo grano de la arena de la Jerusalén original. (Incluso el lugar de la Jerusalén de hoy no es el mismo en donde estaba la Jerusalén de la época de Jesús).
Esta es la razón por la que todos los originales fueron eliminados.
2) Respecto a la segunda pregunta:
El Espíritu que moraba en los originales también se conserva por completo en las recopilaciones.
La letra de todos modos no tiene valor alguno; éste existe solamente en uno y el mismo Espíritu.
Ya en la Tierra, y todavía incontablemente más en un Sol, el Espíritu de Dios se manifiesta en infinitas formas totalmente distintas unas de otras; no obstante, se trata siempre del mismo Espíritu porque no hay más que un solo Espíritu de Dios.
¡Aun siendo esto así, es y siempre seguirá siendo Uno y el mismo Espíritu santo!
Lo mismo ocurre con las compilaciones de la Palabra del Señor. Aunque parezcan muy diferentes, internamente vive en ellas el mismo Espíritu, y no hace falta más.
Pero observad aún las religiones de naciones diferentes, por ejemplo de los turcos, los parsis (adeptos de Zoroastro), los hindúes, los chinos y los japoneses.
Todas son muy distintas de la que Jesús dio a los hijos de los Cielos; aun así también vive en ellas, aunque de manera mucho más oculta, el mismo Espíritu de Dios.
Se comprenderá fácilmente el hecho de que en la corteza, frecuentemente muy gruesa y medio podrida, y a la que, por desgracia, muchos toman por el árbol mismo, se encuentren toda clase de inmundicias, gusanos e insectos que obtienen de ella su alimento de mala calidad.
Como la corteza nace del árbol vivo, y nunca el árbol vivo de la corteza, ésta también tiene dentro de sí algo de la vida del árbol, por lo que se entiende que tantas especies de gusanos e insectos encuentren en ella un alimento vital, pese a ser de una clase muy exterior y pasajera.
Aunque guerras, persecuciones y devastaciones pasen por la corteza poco vital, la madera del árbol vivo continuará fresca y sana. Por eso, que ninguna madera viva se preocupe de lo que está pasando en la corteza que, después de todo, está muerta. Pues en cuanto se recoja la madera, la corteza será desechada.
Fuente: El Gran Evangelio de Juan, tomo 1, capítulo 134, vers. 8 al 19
Audiolibro: Gran Evangelio de Juan - Tomo 1
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