Por Luis Martínez Costa
Julio 2020
Cuando tenía 13 años ingresé a un colegio militar. En uno de los ejercicios de salto desde una enorme altura, parece que caí mal y algo pasó en mi rodilla izquierda sin que yo le prestara atención. Un tiempo después, en el hospital del colegio, el médico militar detectó una fisura en la parte superior de la tibia, justó debajo del ligamento de la rodilla en donde se une al hueso.
El galeno ordenó enyesar la pierna completa y permanecí así por un mes. Después que me retiraron el yeso, pasé otro mes en rehabilitación. El asunto lo olvidé y continué realizando mis actividades deportivas con normalidad hasta terminar el colegio 3 años después.
Mi madre, que trabajaba en el Hospital Obrero, uno de los mejores hospitales de Lima, me llevó al osteópata de su centro de trabajo. El médico me tomó una radiografía de la pierna izquierda. El diagnóstico fue: Fisura en la epífisis proximal de la tibia. Se trata del ápice para la inserción muscular y ligamentosa. Allí en donde el ligamento se une al hueso.
Yo no entendía nada de lo que explicaba el especialista, pero con bastante paciencia el médico me explicó mostrándome la ruptura de la tibia en la radiografía:
—Mira, si yo no te opero y te pongo dos tornillos, esa fisura de tu hueso se va a romper y el ligamento de la rodilla se soltará y tu pierna quedará colgando y ya no podrás caminar más.
Quedé atónito sin saber qué decir mientras el médico revisaba su agenda para anotar la fecha de la operación. Así terminó la consulta.
Después de un cierto tiempo fui a visitar a mi tía Esther. Ella es una tía muy amorosa y siempre solía estar de buen humor. Le encantaba contar muchas historias increíbles con el entusiasmo de una niña. Me relataba sobre curaciónes que hacía el médico espiritual a través de ella. Es decir, era un canal. Su comunicación la hacía mediante la escritura: mientras le preguntaba mentalmente al médico, la respuesta la anotaba en su cuaderno.
Cuando me preguntó cómo estaba, le conté el asunto de mi rodilla y el plan del cirujano.
Dentro de mi inocencia de adolescente, yo le creí todo lo que me contaba y le pregunté si podía operar mi pierna. Accedió y preguntó al médico Carlos Durán quien le contestó en su interior y le dijo que sí, que me operaría.
Después de unos 15 minutos, la tía Esther dijo que el médico ya había terminado de operarme. Me preguntó si sentí algo, le dije que no. Pero creí. Y cerré el tema.
Pasó un tiempo y mamá me llevó al hospital pues la cita de la operación era ese día. En el camino le dije que no es necesario porque la operación que la tía Esther había realizado ya me había sanado. Ella solo dijo:
—vamos hijo, ¡no estés creyendo esas cosas!
Ya estando en el hospital el cirujano me dijo. Bueno joven, vamos que ya está todo preparado para la operación, pero le dije:
—Doctor, ya no es necesario, mi pierna ya está curada.
El médico me miró detenidamente y después a mamá con cierta molestia en su rostro. Y inmediatamente se dirigió a mi diciendo:
—Mira jovencito, conozco bien a tu mamá y es una excelente persona. Solo por ella voy a hacer un trato contigo. Te voy a tomar otra radiografía para comparar si ha habido un cambio en tu hueso. Pero, fíjate bien, me vas a hacer gastar otra radiografía sin razón. Y cuando veas tú mismo que el problema está igual, entonces, ¿te comprometes someterte a la operación sin oposición? ¿me das tu palabra de honor militar?
—Sí, —le dije muy seguro de que mi pierna ya estaba sana— le acepto el trato.
Me tomaron otra radiografía y después esperamos en el consultorio. Pasó un buen tiempo cuando el médico entró con la segunda radiografía y la puso sobre la pantalla al costado de la primera. Después, de estar moviendo su cabeza de izquierda a derecha, de derecha a izquierda, comparando atentamente ambas radiografías, con un semblante de consternación y asombro, se dirigió a mí y dijo:
—No entiendo, el hueso ha soldado muy bien, aquí ya no hay nada que operar. No tiene sentido operarte. Dime, ¿qué has hecho? ¿Usaste las vendas y las cremas que te receté?
La verdad es que yo no había usado nada de eso. Sí, recuerdo bien las vendas, de esas que tenían unos ganchos pequeños de aluminio para sostener el vendaje. Mucho menos las cremas que no me gustaban. Pero para salir del paso y no hacer más larga la cita médica, le dije:
—Sí doctor.
—Pues bien, aquí no hay nada más que hacer. Que tengan un buen día. Y nos fuimos. Yo contento y mamá también.
Hoy, después de varias décadas de este suceso, solo puedo decir que he llevado una vida normal, he hecho deporte, incluso en la universidad he jugado regularmente fútbol y he puesto a fuerte prueba ese hueso y sus ligamentos. Recuerdo incluso que una vez, después de haber estado pateando bastante fuerte el balón, perdí la uña del dedo gordo del pie. Jamás volví a tener problemas con mi rodilla. Lo único que queda, como testigo de mi experiencia, es un hueso fortalecido y prominente, justamente allí en donde me iban a poner dos tornillos.
Gracias al Creador que permite a seres contactarse con médicos del más allá.
¿Quién es Carlos Durán?
No sé mucho de él, pero si he leído varios testimonios de ese médico. Similar al famoso médico William Lang que operaba con el médium George Chapman. Recomiendo que lean el libro que leí en mi juventud: "Manos que curan" por J. Bernard Hutton
A partir de allí, solía visitar a mi tía Esther, QEPD, quien me relataba con gusto todos los casos de curación mediante el médico Carlos Durán. El caso que más me impresionó fue el de un militar de la fuerza aérea peruana que tenía la columna dañada; justamente debido a un salto que ejecutó en sus prácticas militares. Los médicos le ofrecieron una operación pero con el enorme riesgo de quedar inválido. Su curación fue mucho más aparatosa que la mía, pues estando sentado en la mesa del comedor en la casa de la tía Esther, en el momento de su operación comenzó a gritar de dolor, diciendo:
—Pero, señora Esther, por favor, ¿qué está haciendo?, me duele mucho, por favor deténgase—. El militar estaba sudando y retorciéndose de dolor, sentado al otro lado de la mesa donde estaba la tía, es decir como a 2 metros de distancia. La esposa del militar intentaba calmarle y le decía que no se quejara. Media hora después el dolor cesó y, a la hora, el médico espiritual dijo que había terminado la operación. Días después, los médicos militares no sabían explicar esa curación tan increíble.
Casos así me asombraban de la tía y a veces contribuí a que otras personas buscaran ayuda donde ella. El día de su velorio, la fila de las personas que asistieron a despedirse era interminable. Esther se hizo querer mucho. Jamás pidió dinero. Siempre vivió en su modesta casita con sus hijos a quién cuidó mucho y hoy son maravillosas personas de gran corazón.
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