Buscar este blog

lunes, 23 de abril de 2018

El Tapetito Verde


Una mujer de muy pocos recursos económicos vivía en una casa humilde con su nieta que estaba muy enferma.

La niña empeoraba cada día y
la abuela después de haber agotado todos los remedios con mucho dolor en el corazón decidió dejar sola a su nieta para ir a pie hasta la ciudad en busca de ayuda.

En el único hospital público de la región le dijeron que los médicos no podían trasladarse hasta su casa y que ella tenía que traer a la niña para ser examinada.


Desesperada por saber que su nieta no conseguiría siquiera levantarse de la cama se retiró y al pasar por una iglesia decidió entrar.


Algunas señoras estaban arrodilladas haciendo sus oraciones. Ella también se arrodilló.


Escuchó las oraciones de aquellas mujeres y cuando tuvo oportunidad, también alzó su voz y dijo:

Hola Dios, soy yo, María. Fíjese Señor que mi nieta está muy enferma. Yo quisiera que Usted fuese para allá a curarla. Por favor, Dios, anote la dirección...


Las señoras se sorprendieron con esa oración pero continuaron escuchando.

Es muy fácil, solamente es seguir el camino de las piedras y cuando
Usted cruce el río por un puente entra en la segunda calle de terracería, pasa la tiendita y allí está mi casa que es la última choza de esa callecita.

Las otras señoras, que estaban pendientes de la oración, se esforzaban para no reír. Ella continuó:

Mire Dios, la puerta está cerrada, pero la llave está abajo del tapetito verde de la entrada. Por favor, Señor, cure a mi nietecita. Gracias.


Y cuando todas pensaron que ya había acabado ella agregó:


¡Ah! Señor, por favor, no se olvide de colocar la llave de nuevo abajo del tapetito verde, si no, yo no voy a poder entrar a la casa. ¡Muchas, muchas gracias!


Después que doña María se fue, las demás señoras soltaron la carcajada y se quedaron murmurando de lo deplorable que es ver que las personas no saben ya ni orar.


Cuando doña María llegó a su casa no se pudo contener de tanta alegría al ver a la niña sentada en el piso jugando con sus muñecas.

¡Ya estas de pie?


Y la niña, mirándola cariñosamente le contestó:


—Un médico estuvo aquí abuelita. Me dio un beso en la frente y dijo que iba a mejorar. ¡Él, era tan hermoso abue! Su ropa era tan blanca que parecía hasta que brillaba... ¡Ah! y Él te mandó decir que sí fue fácil encontrar nuestra casa y que iba a dejar la llave debajo del tapetito verde como tú se lo pediste.


Dios no quiere palabras bonitas. Él quiere palabras sinceras.

No hay comentarios: