La
adicción (al enamoramiento) es típica en todas
las historias de amor basadas en el encaprichamiento. Todo comienza
cuando el objeto de tu adoración te da una dosis embriagadora y
alucinógena de algo que jamás te habías atrevido a admitir que
necesitabas —un cóctel tóxico-sentimental, quizá, de un amor
estrepitoso y un entusiasmo arrebatador—. Al poco tiempo empiezas a
necesitar desesperadamente esa atención tan intensa con esa ansia
obsesiva típica de un yonqui (persona adicta a las drogas duras).
Si
no te dan la droga, tardas poco en enfermar, enloquecer y perder
varios kilos (por no hablar del odio al tipo que te ha fomentado la
adicción, pero que ahora se niega a seguirte dando eso tan bueno,
aunque sabes perfectamente que lo tiene escondido en algún sitio,
maldita sea, porque antes te lo daba gratis).
La
fase siguiente es la de la escualidez ( cualidad de la
persona o animal que tiene una delgadez muy acentuada) y la
temblequera (constante temblar del cuerpo) en el
rincón, sabiendo que venderías el alma o robarías a tus vecinos
con tal de probar eso una sola vez más. Mientras tanto, a tu ser
amado le repeles. Te mira como si no te conociera de nada, como si
jamás te hubiera amado con una pasión fervorosa. Lo irónico del
asunto es que no puedes echarle la culpa. Porque, vamos, mírate
bien. Eres un asquito, un ser patético, casi irreconocible ante tus
propios ojos. Pues ya está.
Ya
has llegado al destino final del amor caprichoso: la más absoluta y
despiadada devaluación del propio ser.
El
hecho de poder escribir sobre ello tranquilamente a día de hoy es
una prueba fehaciente del poder balsámico del tiempo, porque no me
lo tomaba nada bien conforme me iba ocurriendo. Perder a David justo
después de mi fracaso matrimonial y justo después del ataque
terrorista a mi ciudad y justo después de la etapa más siniestra
del divorcio (una experiencia que mi amigo Brian ha comparado con
«sufrir un accidente de coche espantoso todos los días durante unos
dos años»)... En fin, que aquello fue sencillamente demasiado.
David
y yo seguíamos teniendo arrebatos de diversión y compatibilidad de
día, pero de noche, en su cama, yo me convertía en el único
superviviente de un invierno nuclear conforme él se iba alejando de
mí a ojos vistas, cada día un poco más, como si tuviera una
enfermedad infecciosa.
Acabé
temiendo la noche como si fuese una cámara de tortura. Me quedaba
ahí tumbada junto al cuerpo dormido de David, tan hermoso como
inaccesible, y entraba en una espiral de soledad y pensamientos
suicidas meticulosamente detallados. Me dolían todas y cada una de
las partes del cuerpo. Me sentía como una especie de máquina
primitiva llena de muelles y con una sobrecarga mucho mayor de la que
era capaz de soportar, a punto de estallar llevándose por delante a
todo el que se acercara.
Imaginé
mis miembros saliendo despedidos, separándose de mi torso con tal de
huir del núcleo volcánico de infelicidad que era yo. Casi todas las
mañanas David se despertaba y me veía adormilada en el suelo, junto
a su cama, sobre un montón de toallas, como un perro.
—¿Qué
te pasa ahora? —me preguntaba al verme.
Era
el enésimo hombre al que había dejado totalmente extenuado.
Creo
que en aquellos tiempos adelgacé algo así como quince kilos.
Tomado
del libro "Come reza ama", cap. 5.
Pelicula:
Tras varios fracasos sentimentales una mujer decide encontrarse a si
misma a traves de un viaje por Italia la India Bali e Indonesia. Liz
Gilbert - Julia Roberts tenia todo lo que una mujer puede soñar un
marido una casa y una brillante carrera pero se encontraba perdida
confusa insatisfecha. Una vez divorciada y tras un periodo de
reflexion decide abandonar su acomodada vida y lo arriesga todo
emprendiendo un viaje alrededor del mundo. La historia se basa en el
best-seller autobiografico de Elizabeth Gilbert.
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libro:
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