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domingo, 7 de mayo de 2017

Cómo curé mi úlcera mortal

 La siguiente historia cuenta de Earl P. Haney que le sobrevino una úlcera hasta tal punto que los médicos le dieron pocos días de vida. Sin embargo tomó una decisión extraña que cambió el rumbo de las cosas...


Si ustedes creen que Willis H. Carrier tuvo problemas, aún no han oído nada. Les contaré la historia de Earl P. Haney, de Winchester, Massachusetts, tal como él mismo me la contó el 17 de noviembre de 1948 en el Hotel Statler, de Boston.

"Allá por los años veinte —me dijo—, estaba tan preocupado que las úlceras empezaron a devorarme el estómago. Una noche tuve una hemorragia terrible. Me llevaron a un hospital vinculado a la Facultad de Medicina de la Northwestern University de Chicago. Perdí la mitad de mi peso. Estaba tan mal que me ordenaron que ni siquiera levantara la mano. Tres médicos, entre ellos un célebre especialista en úlceras, dijo que mi caso era incurable. Vivía a base de polvos antiácidos y una cucharada de leche con crema cada hora. Una enfermera me introducía un tubo de goma en el estómago todas las mañanas y todas las noches, y me extraía el contenido.

Así pasaron meses... Al fin me dije a mí mismo:

Oye, Earl Haney, si lo único que te espera es la muerte, será mejor que aproveches el poco de tiempo que te queda. Siempre has querido viajar alrededor del mundo antes de morir; si deseas hacerlo, tendrá que ser ahora' .

Cuando les dije a mis médicos que pensaba viajar alrededor del mundo y bombearme el estómago dos veces por día, quedaron estupefactos. ¡Imposible! Jamás habían oído semejante cosa. Me advirtieron que si emprendía ese viaje, me sepultarían en el mar. ' No, no' , repliqué. ' He prometido a mis parientes que me enterrarán en la sepultura familiar de Broken Bow, Nebraska. Por tanto, llevaré el féretro conmigo.'

Compré un féretro, lo llevé a bordo, y llegué a un arreglo con la compañía de navegación para que, en caso de mi muerte, pusieran mi cadáver en un compartimiento frigorífico y lo mantuvieran allí hasta que el barco regresara. Y partí de viaje, con el espíritu del viejo Ornar:

Disfrutemos, así, cuanto antes podamos
que el Polvo nos devore ruin;
antes que Polvo en Polvo nos volvamos,
sin Vino ni Amor... y también sin Fin.

No bien me embarqué en el President Adams en Los Angeles y zarpé hacia Oriente me sentí mejor. Poco a poco dejé los polvos antiácidos y el bombeo de estómago. Pronto empecé a comer toda clase de alimentos, inclusive mezclas extrañas que hubiesen podido matarme. A medida que avanzaban las semanas, hasta fumé largos cigarros y bebí licores. ¡Me divertí más que nunca en años! Nos vimos en medio de monzones y tifones capaces de llevarme al féretro, aunque sólo fuera de miedo, pero fue magnífica esa aventura.

En el barco jugué, canté y me hice de nuevos amigos. No me acostaba hasta la madrugada. Cuando llegamos a China y la India, comprendí que las zozobras que había padecido en casa a causa de los negocios eran un paraíso comparadas con la pobreza y la miseria del Oriente. Acabé con mis insensatas preocupaciones y me sentí muy bien. Cuando volví a Norteamérica había ganado cuarenta kilos de peso. Me había olvidado casi de que había tenido úlceras. Nunca en mi vida me sentí mejor. Me apresuré a revender el féretro al dueño de las pompas fúnebres y volví a ocuparme de mis negocios. Desde entonces no he estado enfermo ni un solo día."

Earl P. Haney me dijo que ahora comprende que estaba aplicando los mismos principios que Willis H. Carrier para controlar la preocupación.

Primero, me pregunté, ' ¿Qué es lo peor que podría ocurrir?' La respuesta fue la muerte.

Segundo, me preparé para enfrentar la muerte. Debía hacerlo. No había elección. Los médicos decían que mi caso era fatal.

Tercero, procuré mejorar la situación obteniendo de la vida los mayores goces posibles en el poco tiempo que me quedaba...". "Si —continuó—, si seguía preocupándome después de embarcarme, sin duda regresaría en el féretro. Pero me tranquilicé... y olvidé mis preocupaciones. Y esa serenidad me inyectó nuevas energías que me salvaron la vida."

Por tanto, la Regla es: Si usted tiene un problema de preocupación, aplique la fórmula mágica de Willis H. Carrier haciendo estas tres cosas:

1. Pregúntese: "¿Qué es lo peor que puede sucedermé?"

2. Prepárese a aceptarlo, si ello es necesario.

3. Después, tranquilamente, proceda a mejorar lo peor.

Otra historia del  mismo libro:

Víctima de un chantaje

¿Quieren ustedes ver cómo otra persona adoptó la fórmula mágica de Willis H. Carrier y la aplicó a sus propios problemas? Bien, aquí hay un ejemplo, el de un comerciante de combustible de Nueva York que era alumno de una de mis clases.

Este alumno se expresó así: 

" ¡Era víctima de un chantaje! No lo creía posible, no creía que fuera posible salvo en las películas, pero ¡era un chantaje! Lo que sucedió fue esto: La compañía petrolera a cuyo frente estaba poseía una serie de camiones de reparto y contaba con cierto número de choferes. En aquel tiempo las regulaciones de la guerra estaban rigurosamente en vigor y se nos racionaba en cuanto al combustible que podíamos entregar a cada uno de nuestros clientes. Yo no lo sabía, pero, al parecer, algunos de nuestros choferes habían estado entregando menos combustible del debido a nuestros clientes regulares y revendiendo después el excedente a sus clientes propios.

La primera indicación que tuve de estas transacciones ilegítimas se produjo cuando un hombre que declaró ser inspector del gobierno vino a verme un día y me pidió dinero por su silencio. Había obtenido pruebas documentales de lo que nuestros choferes habían estado haciendo y amenazaba con entregar estas pruebas en la oficina del fiscal del distrito si yo no aceptaba sus exigencias.

Sabía, desde luego, que no tenía motivos de preocuparme, personalmente, por lo menos. Pero sabía también que la ley dice que una firma es responsable por los actos de sus empleados. Además, sabía que si el asunto iba a los tribunales y se aireaba en los diarios, esta mala publicidad arruinaría mi negocio. Y yo estaba orgulloso de mi negocio; había sido fundado por mi padre veinticuatro años antes.

Estaba tan preocupado que caí enfermo. No comí ni dormí en tres días. Me paseaba de aquí para allí como un loco. ¿Pagaría el dinero —cinco mil dólares—, o diría a aquel hombre que siguiera su camino e hiciese lo que le diera la gana? En cualquiera de los dos casos el asunto terminaba en una pesadilla.

En estas circunstancias sucedió que tomé el folleto sobre Cómo librarse de las preocupaciones que me habían dado en mi clase Carnegie de oratoria. Comencé a leerlo y llegué al relato de Willis H. Carrier. 'Encara la peor', decía. Ante esto, me pregunté: ' ¿Qué es lo peor que puede sucederme si me niego a pagar y estos chantajistas entregan sus constancias al fiscal del distrito?' "La respuesta era: la ruina de mi negocio. Tal era lo peor que podía sucederme. No podía ir a la cárcel. Todo lo que podía ocurrir era que la publicidad que se diera al asunto me arruinara. “Y yo entonces me dije: 'Muy bien, mi negocio se ha ido al traste. Lo acepto mentalmente. Y ¿qué más?' “.

Bien, una vez arruinado, tendría probablemente que buscarme otro trabajo. No era la cosa tan mala. Sabía mucho sobre combustible; había varias firmas que me emplearían muy a gusto... Comencé a sentirme mejor. Las sombras en que había vivido durante tres días y tres noches se disiparon un poco. Mis emociones remitieron...

Y con asombro por mi parte, fui capaz de pensar. "Tenía la cabeza suficientemente despejada para abordar el Paso III: mejorar lo peor. Al pensar en las soluciones, se me presentó un punto de vista, completamente nuevo. Si yo contara todo lo sucedido al fiscal, éste podría encontrar alguna fórmula en la que yo no había caído. Sé que parece estúpido decir que esto no se me había ocurrido antes, pero, desde luego, yo no había meditado. ¡Había estado solamente preocupándome! Inmediatamente decidí que lo primero que haría por la mañana sería hablar con el fiscal. Después me metí en la cama y dormí como un lirón.

¿Cómo terminó la cosa?
Bien, a la mañana siguiente, mi abogado me dijo que fuera a ver al fiscal del distrito y le contara toda la verdad. Es lo que hice. Acabado mi relato, quedé atónito al oír del fiscal que aquella banda de chantajistas estaba operando desde hacía meses y que el hombre que actuaba como ' agente de gobierno' era un granuja buscado por la policía. ¡Qué alivio fue oír esto después de haberme atormentado durante tres días y tres noches preguntándome si debía entregar los cinco mil dólares a un pillo profesional!

Esta experiencia me enseñó una lección para siempre. Ahora, siempre que me veo ante un serio problema que amenaza con preocuparme, le aplico lo que denomino la vieja fórmula de Willis H. Carrier."
 Fuente:
DALE CARNEGIE
"Cómo suprimir las preocupaciones y disfrutar de la vida"
1ra parte, capítulo 2, pág. 39 ss

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