Hace años, junto a varios jóvenes, el tío Carlos solía jugar "fulbito" todos los sábados en las canchas de la playa llamada Costa Verde. Después del juego, un predicador evangélico, o quizás un testigo de Jehová, solía también hablar de la Biblia. Ese día el religioso explicó que adorar imágenes era un pecado, sí, una idolatría condenada por Dios. Entonces puso su mano sobre el hombro de Carlos y le preguntó paternalmente:
—y usted, ¿tiene imágenes en casa?
y el tío Carlos contestó:
—sí, tengo un cuadro de Jesús en mi casa ante el cual me pongo a conversar con Dios.
El Predicador le arguyó que eso era un grave pecado contra Dios y que no debería hacerlo. Más tarde, cuando el tío estaba en casa, se puso delante de la imagen del Señor y dijo en oración:
—dime mi amado Jesús, ¿de verdad es un pecado cuando converso contigo?
Pasó una semana y volvió a jugar junto a los jóvenes. Terminado el juego, como de costumbre, el pastor hizo su ronda de prédica entre los presentes. Al finalizar se acerca al tío y le pregunta:
—Don Carlos, ¿sigue idolatrando imágenes o ya las eliminó todas?
Y sucedió que, antes que Carlos pudiera responderle, un pelícano, que se había posado en la parte superior del poste de luz, descargó un caudal de heces que cayó justamente sobre la cabeza del predicador, manchándole incluso hasta el hombro. El Predicador, avergonzado, se retiró del la reunión. ¿Habrá algún mensaje divino en esta historia?
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