En invierno el árbol no presenta
frutos, pero cuando llega la primavera empieza a producir los primero
brotes que con el tiempo, la luz y el calor del sol irán llenándose
y obteniendo más jugos. Más tarde aparecen retoños débiles y al
final hojas y flores. Pero después se caen las flores (porque ya no
son necesarias para alcanzar el objetivo) y aparecen nodos
incipientes del fruto nuevo.
Igualmente, el ser humano madura
empezando su vida creyendo inocentemente. Pero aun no hay madurez,
porque todo en la naturaleza necesita tiempo. El niño balbucea y de
allí viene poco a poco el habla. Con el tiempo se le dice algo y el
niño va aprendiendo a decir ciertas frases. Todo lo cree
incondicionalmente y no pregunta el cómo ni el porqué.
En todo ese tiempo de fe inocente
aprende una cantidad de cosas hasta que empieza a pensar
juiciosamente y empieza a buscar el fundamento de lo que ha
aprendido. Pero aun no tiene calor interior de vida y se asemeja a
los nodos incipientes del fruto.
Llega el verano y, con el, la máxima
fuerza de luz y calor del sol, y ese calor empieza a penetrar el
fruto de tal manera que los jugos interiores empiezan a cocinarse por
dentro. El fruto crece y se llena de jugos más purificados.
Adicionalmente ingresa también la luz, cada vez más y más y hasta
que se alcance la madurez del fruto.
Aquí está la enseñanza de la
naturaleza:
¡Hijo, mientras no te penetre el
calor del Amor que da la vida, ni alcance el grado necesario, y
mientras la luz de este calor no te traspase por completo no
conseguirás comprender las verdades espirituales del interior por
más que tengas las mejores aclaraciones de los máximos maestros!
Pero si con el creciente calor de vida
en tu interior y con la penetración de su luz como sucede en el
fruto maduro, entonces alcanzarás la madurez y tendrás dentro de ti
la mejor aclaración y demostración de lo que antes dudabas.
gej.06.027.07
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